viernes, 9 de octubre de 2009

Doblevé, te, efe...

Hace algún tiempo pasado, realmente, no tan lejano, estando este pobre individuo reposando plácidamente en la morada del conocimiento, un ser malévolo salido de las más tenebrosas profundidades del averno bestial; portador de miserias, dolor y miedo hacia los nobles mortales, postrándose con lascivia ante su deidad malévola, se sentó a mi lado.

Cuando miré hacia aquel sitio - el cual debo decir que era atormentado por los gritos delirantes de la historia mancillada y corrompida a fuerza de sangre y embustes - pude ver un rostro capaz de petrificar al más duro de los guerreros de la Sagrada Orden de los Paladines: aquella entidad tan amedrentante, que llevaba una media palangana en la cabeza, tenía en el lugar en donde se encontrarían sus facciones, y más específicamente su rostro, una... (no encuentro la palabra específica para describirlo, pero debo aclarar que es mil veces más fuerte que perversa) sonrisa estilo la del Grinch.

La cual era tan grande como su paralizante nariz, o los bucles demoníacos que recorrían ambos costados de su cabeza, e invitaban a sumirse en el reino de la oscuridad, a obedecer ciegamente a esos hijos de la Bestia, por algún hechizo dicho en el idioma de los dioses.

Con cierto temor miraba hacia el mundo decadente, que permitía que un hijo de la oscuridad estuviese burlándose de mi fe a tan sólo pocas moléculas de distancia de mí, esperando de alguna manera, quizás con inocencia, que todo fuera simplemente la encarnación de la más terrible de las pesadillas, y que en un momento dado, despertase yo de aquel martirio en carne propia, que dijese alguna letanía que me quitase de ese letargo emocional, debido al bloqueo mental que el homúnculo en mi DERECHA (la dirección predilecta de los dioses) ejercía sobre mí y todos los presentes en el recinto sagrado.

Más tarde, ese mismo nefasto día, la conversación ritual entre los presentes se centro hacia la ancestral historia de nuestros orígenes; o dicho de un modo más exacto para evitar confusiones, de los orígenes de lo que desempeñamos. Y tal fue así, que durante la conversación ritual tuve que mencionar a una tenebrosa y oscura alimaña, creadora de miserias y dolor en aquellos senderos vivos por los que pasa. Ser nefastamente maligno que porta junto con él un ejército repugnante, salido del pozo de la depravación, de guerreros instruidos en el arte de la muerte, en criaturas sin vida, sin autonomía, sin capacidad de pensamiento individual, en hijos del equívoco… Pero esto ya es irme del tema; así que retomando, sigo contando mi oscura historia de dolor, sufrimiento e impotencia ante las huestes del mal: Fue así que estuvo en mis manos el nombrar al dios de las tinieblas, invocado en primer lugar por una antigua cultura de humanoides, demonios del averno; de la misma raza a la que pertenecía ese que chorreaba su ácida y repugnante baba mientras sonreía con una bocaza que le llegaba de oreja a oreja, justo para acabar en los nacimientos de esos bucles espantosos, los cuales parecían haber sido la viruta resultante de algún torno, o quizás una forja de esas que utilizan en el infierno para fabricar sus máquinas de tortura y destrucción, tal como eso que llaman “iglesia”. Y al resistirme a tener que nombrar tan terrible nombre, ya que es sabido que sólo deja devastación por donde avanza, decidí nombrarlo mezclando por un lado sus orígenes –la raza a la que pertenecía- y por el otro agregando el nombre que toman los portadores de su estandarte, que imperan con el culto de aquél espantoso ser divino.

Y al abrir mis labios, para pronunciar vagamente y con miedo esa palabra ya peligrosa de por sí, iba sintiendo una corriente eléctrica recorrer mi para nada perfecto cuerpo, pero sí humano, por lo que inferí que el engendro de los pilares de la eternidad sentado a mi derecha estaba realizando algún encantamiento maligno por sobre mí. Pero de todas formas, fui capaz de resistirme a lo que producía y nombrar a aquello a lo que tanto amaba ese incontrolable sediento de sangre humana, lo que provocó que la entidad en cuestión abriera su enorme boca dejando ver los colmillos marrones más asquerosos jamás vistos, y largando una especie de suspiro, junto con una escalofriante demostración de sorpresa e incomodidad, me hizo notar que no estaba seguro ahí, ya que otros miembros del Klan también miraron hacia mí de la misma manera lasciva que el hijo de las sombras, y aunque no portaban los rasgos del homúnculo, pude ser capaz de darme cuenta de que estaban contaminados también, que portaban almas corruptas en su sangre, y que la única forma de salvar a la humanidad, sería cortando las raíces de su malestar, destrozando a aquellos que amenazan con la felicidad de los hombres libres de dogmatismos que sólo conducen a la destrucción interna.

Pero la forma de demostrar nuestra superioridad no será por medio del asesinato, eso no es lo que Optimus Prime hubiera querido; sino superarlos intelectualmente, demostrar ser más que esos infelices hijos de la historia corrompida, para el día de mañana verlos agonizar con sus etéreos cuerpos cubiertos de llagas enflaqueciendo más y más, y sus barrigas aumentando de tamaño, producto de que portan huéspedes indeseables en sus interiores, xenomorfos, específicamente; los cuales una vez liberados acabarán con toda esa cultura demoníaca de una vez por todas.

Y por si eso directamente no logra resultados precisos, es sabido que los xenomorfos atraerán a otros seres, los depredadores, los cuales al hartarse de la cacería de esos insectoides pasarán por una presa casi tan interesante como ellos; los oscuros humanoides de palanganas en las cabezas y barbas tan largas que uno llega a pensar que tienen colonias de pigmeos viviendo en sus interiores.

Luego ese mismo día salí buscando una jarra grande de hidromiel para beber y olvidar mis problemas, olvidar que los seres de la oscuridad se aproximan a mí, de manera muy sutil pero lo hacen.

No la conseguí, pero eso no importa, total voy preparando el hacha, que el día del Reconocimiento está próximo.

… ese día también pensé en algo: en todos esos medicamentos que tanto yo como muchos más hijos de la luz usamos alguna vez… y que para ponerse a prueba, se experimentan sobre personas en estados terminales, que están muriéndose en camas de hospital y aceptan que les metan cualquier cosa con tal de salvarse…

El dilema es: ¿Para salvarnos, dejamos que otros mueran, y con el mayor sufrimiento posible?.

La respuesta es sí, porque es parte de nuestra humanidad, no vivimos un estado de perfección antes de ascender al pútrido estado vital, no existe esa fuerza ajena a nuestro entendimiento que nos da perfección pura para la misma luego corromperse a nuestra llegada a estas tierras. Somos herederos de la antropofagia, el canibalismo, implícito claro, pero que de una u otra forma, no deja de serlo.

Gracias a los que lean esto, y si no les gusta, váyanse bien a la mierda.

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